La vida es nuestro canto
en la fracción de tiempo que nos toca.
Decimos del psicoanálisis que es un tratamiento diferente y singular. Veamos por qué lo afirmamos.
El trabajo de un análisis: un tratamiento singular
Quienes se preguntan por el motivo de su padecer y pueden hacer el trabajo de un análisis (ese viaje al interior de “lo que cree ser”) van abandonando por el camino las razones limitativas y engañosas.
Todas las identificaciones, verdades e insignias que lo representan y lo arrastran a ser fiel abanderado de un ideal, caducan al vivenciarlas en el análisis como otra producción racional que disfraza la enunciación inconsciente del sujeto. Una enunciación inconsciente menos heroica pero más enriquecedora, auténtica y veraz.
En ocasiones, estas constataciones llevan al analizante a decir: “si lo sé, no vengo”. Porque a costa de “reducir todos los prestigios de su yo”, descubre la familiaridad de los significantes que marcaron su vida y alienaron su deseo.
Puede entonces asumir la paternidad de su historia y de sus goces, lo que le hace exclamar: “por qué no vine antes”.
Toda la convicción del sujeto sobre: yo pienso, luego yo soy —porque pienso y razono conscientemente sé que existo y soy—, previa al análisis, trastabilla.
Trastabilla o se tambalea porque se ponen en cuestión los elementos que velaban el fantasmático objeto de su deseo: el sentido consciente de sus deseos y de sus síntomas así como su novela familiar.
Todo ello se pone en cuestión y se destituye en la construcción y atravesamiento de su fantasma.
El fantasma inconsciente
El sujeto concluye que “piensa, con el limitado raciocinio de su altivo yo, donde él no es ni existe”. Esto es lo que lo confronta con un nuevo estado de “falta de ser”. Y descubre que, en realidad, él es y existe donde no piensa, o sea, en su fantasma inconsciente.
Pero en ese “ser” de su fantasma incestuoso que lo determina (en el que no podía pensar porque era inconsciente), él existe, alienado e identificado con un objeto de goce, mortificante e inútil, complementario del Otro gozador (por ejemplo: él es la mirada o el seno erótico de su madre o la voz o heces eróticas de su padre, etc.), sometido siempre a satisfacer las demandas, los deseos o el goce de los otros a costa de su deseo prisionero y de la reiteración dolorosa de su determinante cruel destino, que lo conduce a “beber incansablemente en su copa de dolor”.
Inevitablemente entonces el sujeto vivencia la castración del Otro y abandona los sueños de comunión, completud y complementariedad con los otros.
Se hace evidente el malestar por el exilio definitivo del paraíso, por siempre perdido, que ha conformado su deseo como permanentemente insatisfecho y, su objeto, inalcanzable. Pero precisamente este hecho relanza sus propios deseos.
Efectos de la cura psicoanalítica
Lo que ahora sabe de sí mismo el sujeto es un saber vivencialmente aprendido con el Otro en transferencia, y ya no podrá ignorarlo jamás, pues es el fruto de los cambios producidos en su posición subjetiva.
Una dimensión de saber que no es del orden del aprendizaje ni de la cultura. Un nuevo “ser de saber” se instaura, de saber sobre el goce, sobre la satisfacción y la falta, sobre lo imposible y la contingencia, en fin, sobre el encuentro con el objeto como lugar vacío.
Estas transformaciones del sujeto en su posición subjetiva permiten que el deseo se libere de sus adherencias a los otros, que pueda ajustar con mayor bienestar sus elecciones y sus relaciones con los demás y administrar adecuadamente su goce —ahora más domesticado—, otorgándole un apropiado “saber hacer” con sus síntomas y con las contingencias, disfrutando con alegría de un “plus de libertad”.
El sujeto asume su diferencia radical con los demás y la aceptación del desencuentro, sin que esto le impida comprometer su destino personal en proyectos constructivos con los otros y con la cultura.
Al operar no sólo sobre los síntomas invalidantes, sino sobre la estructura subjetiva (es decir, sobre sus significantes prioritarios, sus identificaciones imaginarias y simbólicas, sus ideales, lo real de su fantasma, lalengua, y de sus condiciones de goce, su angustia, etc.), el psicoanálisis produce una transformación liberadora, una inquebrantable afirmación del deseo y de la vida, y por tanto, una “cura” por añadidura.
Podríamos recomendar una experiencia analítica a alguien que sufre, con un poema a la manera de Benedetti:
«No te rindas,
aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar
de nuevo,
aceptar tus sombras,
enterrar tus miedos,
liberar el lastre,
retomar el vuelo”
Texto de Norberto Ferrer
Nota: Hemos ilustrado esta entrada con una viñeta de Mafalda del genial Quino.
Aquí puede ver los libros de psicoanálisis publicados por Norberto Ferrer y otros autores.