Conócete a ti mismo”[2]
Este artículo, que he titulado El hilo y el laberinto, versa sobre el proceso de un psicoanálisis y para ilustrarlo he tomado los personajes mitológicos de Minotauro, Teseo y Ariadna. Empezaremos con un poco de historia y con la presentación de estos personajes.
El dios supremo de Creta, Zeus, bajo la forma de un toro que surge de las olas, seduce a la fenicia Europa y engendra a Minos. Minos, el rey de Creta que vive en Cnosos tres generaciones antes de la guerra de Troya. Minos se casa con Pasífae con la que tiene varios hijos legítimos, entre ellos Ariadna.[3]
Del mar Egeo surge otro toro: el toro blanco de Creta, enviado por Posidón, a quien Minos había ofendido gravemente y que Minos se niega a ofrendarlo en sacrificio, contradiciendo la orden de Posidón, dios irritable y violento, soberano de los mares quien como venganza hace que la reina se enamore del animal.
La soberana Pasífae, esposa de Minos, abrazada por una pasión irresistible por el toro, pide consejo al artista ateniense Dédalo, técnico por excelencia, inventor y asesor del rey Minos.
Dédalo fabrica una ternera de madera revestida de cuero, tan perfecta y tan semejante a un animal verdadero, que el toro se deja engañar por el cebo y cae en la trampa. Pasífae se oculta en el interior del simulacro y así puede realizarse la monstruosa cópula.
El Minotauro
De estos amores nace un ser medio hombre (cuerpo de hombre) y medio toro (cabeza de toro): el Minotauro, un ser violento que se alimenta de carne humana.[4]
El rey Minos, a pesar de ser él también hijo de un toro, avergonzado y asustado al nacer ese monstruo, fruto de los amores contra natura de su esposa, manda construir a Dédalo, que por entonces vivía en su corte, un inmenso palacio-prisión: el Laberinto, formado por un embrollo tal de salas y corredores, que nadie, excepto Dédalo, era capaz de encontrar la salida.
Allí hizo encerrar al Minotauro.
Periódicamente le daban en pasto sangriento a siete hombres jóvenes y otras tantas doncellas que, como tributo, le pagaba la ciudad de Atenas, a fin de apaciguarlo. Teseo fue uno de ellos. Se ofreció voluntario como víctima, con la intención de matar al Minotauro y liberar a Atenas de su cruel destino.
Teseo, el analizante
Teseo fue criado y sobreprotegido por su madre Etra y su abuelo materno Piteo, “hombre virtuoso, docto y extraordinariamente sabio”, poeta e intérprete de oráculos. Su padre partió solo hacia Atenas, “pues terrible era su miedo” a sus sobrinos los Palántidas, que conspiraban contra él y su posible descendencia par ocupar el trono.
Así, Teseo se crió sin padre, quien ocultó antes de irse una espada y unas sandalias bajo una enorme roca, confiando su secreto a Etra, recomendándole que cuando Teseo alcanzara la edad de hombre, lo llevara a la roca.
A los 17 años Teseo cogió la espada y las sandalias para viajar secretamente a Atenas en busca de su padre y evitar el ataque de sus primos. Su abuelo, temeroso de la seguridad de Teseo, le aconsejó el viaje en barco.
Pero Teseo, desoyendo las recomendaciones de este, viajó por tierra, ya que se impuso, a diferencia de su padre, el mandamiento de afrontar los múltiples peligros e imitar así el prestigio del gran héroe Heracles.
En su camino dio muerte a diversos monstruos y a bandidos, ganándose la fama de destructor de monstruos. Al llegar a Atenas, su padre quiso matarlo por miedo, hasta que reconoció la espada y a su hijo.
Como príncipe heredero y hombre de acción, Teseo siguió luchando y matando, contra las amazonas, contra sus primos, que esperaban recoger la sucesión de Atenas a la muerte de Egeo.
La entrada en el Laberinto: el inicio del análisis
Antes de entrar al laberinto, Teseo y la princesa Ariadna se enamoran. Esta le da, entonces, un ovillo de hilo proporcionado por Dédalo para no perderse y así poder salir.
(Este ovillo nos recuerda el carretel del nieto de Freud.)
Y es que el Laberinto, al igual que las enormes cavernas iniciáticas de la antigüedad cretense, semeja lo inconsciente: oscuro, tortuoso, sinuoso, de infinitos giros, recovecos y espirales sin salida, con sus alternancias, rodeos, trampas y complicados recorridos.
Porque es un “lugar enigmático, apenas material, es un trayecto ineludible, la representación espacial de la noción de aporía, es decir, de un problema insoluble o que contiene en sí mismo la solución”.[5]
Ariadna, la analista y la indispensable transferencia
A pesar del misterio y el enigma, nuestro joven y audaz analizante Teseo, cuyos fuertes deseo y decisión de entrar eran indoblegables, ata un cabo del ovillo transferencial (como puesta en práctica del inconsciente) a Ariadna, y comienza su análisis.
Y su analista, Ariadna, fiel a su deseo de analista y fuera de la vista de Teseo guarda silencio y espera a la salida del Laberinto, sosteniendo con firmeza el hilo. Teseo, cogido del hilo transferencial que tensa y no suelta, va diciéndose: “aquí y fuera”, “aquí y fuera”, en su anhelo por salir, mientras recorre los oscuros rincones de su Laberinto.
Pues, con su alternancia significante y permanentemente repetidas, estas dos palabras son las marcas de la presencia simbólica del deseo del Otro en él, la evidencia de la producción del sujeto dividido. Ese bastón imaginario (el ovillo) y sus palabras sostendrán la ausencia de las imágenes conocidas.
A través de esta operación simbólica repetida, Teseo puede nombrar y soportar la soledad y la oscuridad del Laberinto, las vivencias desasosegadoras y la separación de un objeto de su propio cuerpo: la mirada, pequeña cosa del sujeto que se separa aunque todavía perteneciéndole.
Minotauro, representando el puro goce
Mientras, el Minotauro, puro goce, salvaje, incestuoso, arbitrario, impositivo, transgresor, hermanastro de Ariadna y de todos nosotros, pugna por imponer su voluntad de goce. Porta lo real, lo pulsional, lo imposible; quiere vivir, es vida, está ebrio de vidamuerte.[6]
El Minotauro podría decir: “Soy único, estoy capacitado para lo grande”. La soledad y las noches son muy largas en mi laberinto. Mi distracción es “correr por las galería de piedra hasta rodar al suelo mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan”. Desde que espero a mi redentor, no me duele la soledad.[7]
El hilo
Teseo devana el hilo del ovillo, que serviría para indicarle el camino de regreso. Mientras camina ansioso, en una encrucijada le envuelven resuellos de incierto origen, se dice: “es él”; cierra sus puños y sus gritos son bramidos coléricos y furiosos.
—Vengo a matarte, tú eres un monstruo asesino —acusa Teseo con fieros mugidos de ira, violencia y crueldad.
—¿Hablas de mi parte hombre o de mi parte toro? Yo mato para sobrevivir, ¿y tú? — responde con una voz vecina.
—¡Calla, maldito monstruo! —grita Teseo con furia.
Minotauro parece muy cercano, su voz resuena en los oscuros recovecos de Teseo. Este comienza a dar coléricos golpes con sus puños desnudos en el vacío y la oscuridad, hasta quedar exhausto. Su corazón agitado galopa y enviste como un toro bravo, con la estocada de “cuernos ateridos”, su pecho desolado, “casi muerto y casi piedra”.[8]
—Ahora puedes matarme, asesino—dijo Teseo; pero nadie respondió—. Estoy solo, nunca me sentí así. Por primera vez me siento perdido.
Similitudes
—Nos parecemos, Teseo, nuestros padres son reyes y dioses, tu padre te abandonó, como a mí supuestamente para protegernos de la muerte; los dos estamos atrapados en nuestro laberinto, en nuestra soledad, en nuestro destino marcado por otros.
—Creí ser un héroe,[9] y [10] hijo de dioses y de reyes y futuro rey yo mismo, y esas banderas, esos ideales condicionaron mi vida, me he engañado, estoy confuso. Pensé que podría ser lo que yo quisiera. Somos, cada uno, un Minotauro bramando vidamorymuerte.[11]
De pronto se da cuenta de que está desnudo”,[12] como el Minotauro, de que tiene frío, hambre, sueño, de que tiene… ¿miedo?
—¿Miedo yo? —una “tempestad se agita enfebrecida”.[13] Se abriga y arropa con los diversos nudos del hilo de Ariadna, para paliar su extrañamiento.—Me siento excéntrico, exiliado, extranjero de mí mismo. Yo ya no soy yo, ya no me pertenezco. ¿Dónde está el héroe del Ática, el guerrero, el destructor de monstruos que creía ser? Mi abuelo, el sabio Piteo repetía que yo era fuerte, inteligente y valiente como un toro. No hay nadie, me duele esta soledad. ¿Es esto la muerte?
Teseo recuerda sus orígenes. La novela familiar
—¿Quién fue mi padre? ¿Por qué me abandonó? ¿Por qué tardé tanto tiempo en conocerlo? ¿Él quiso matarme? ¿Por qué maté yo? ¿Qué significa mi vida?
Palabras y más palabras, nudos de palabras, cascadas de imágenes y autorreproches. Continúa Teseo:
—¿Por qué estoy aquí? Si lo sé, no vengo. ¿Cuál es mi verdad? ¿Cuál es mi deseo? Me he enredado y alienado en los laberintos engañosos de otros deseos e ideales: los dioses, Heracles, mi madre, mi abuelo, mi padre… ¿He sido libre y responsable de mis deseos? Mi propio bienestar ha estado marcado y condicionado por una satisfacción inútil y una insatisfacción mortificante. Matar al Minotauro ¿es defender mi verdadera dignidad?
Un gemido de dolor y pena atraviesa el Laberinto.
—¿Por qué no inicié antes este viaje a mi mundo subterráneo? “Me duele la pena de aquellos años. Es como si la memoria se plegara y me pregunto: Aquí, ¿qué hubo…? ¿Cómo he perdido tanto tiempo? Eran momentos largos, como desiertos que no se acababan nunca.”[14]
Teseo sale del Laberinto
—Pensé que saldría contento. Salgo triste, lleno y vacío. Siento una extraña alegría de estar como esperando…
Le dice a Ariadna: “Te quiero pero ya no te necesito”. Abandona a Ariadna que sabe que este es el final de un adiós.[15] De camino a Atenas, los jóvenes atenienses salvados esta vez del Laberinto bailan una complicada danza “cuyo ritmo va acompañado de movimientos alternativos y circulares” que representan las sinuosidades del Laberinto, festejando su renacimiento.
La muerte del padre
Cuando se aproxima a Atenas, Teseo tiene un lapsus: olvida la señal acordada con su padre consistente en cambiar las velas negras de su barco que su padre le había dado para el funesto viaje de ida a Creta, por velas blancas que representaban un regreso triunfante. Al ver las velas negras, su padre se suicida.
Teseo puede pasar del padre utilizando su función y es proclamado rey de Atenas. Teseo declara Atenas capital del estado, logra la unidad política e instaura el funcionamiento de la democracia. Es llamado en vida campeón de la democracia.
Norberto Ferrer
Trabajo presentado en el espacio Sesiones Clínicas de la institución Apertura, Estudio, Investigación y Transmisión del Psicoanálisis, Barcelona.
Bibliografía y notas
[1] Plutarco, Teseo-Rómulo, Vidas paralelas 1, Barcelona: Ed. Gredos, SA, Biblioteca Básica Gredos, 2001.
[2] Del Templo de Apolo en Delfos, que tenía esta inscripción en su frontón.
[3] Grimal, Pierre, Diccionario de mitología griega y romana, Buenos Aires: Paidós, 1981.
[4] Pórtulas, Jaume y Solana, Maite, a cargo de la edición del Diccionario de las mitologías y de las religiones en las sociedades tradicionales y del mundo antiguo, bajo la dirección de Yves Bonnefoy, vol. 2: Grecia. Barcelona: Ed. Destino, SA, 2001, p.309. La concepción de la historia del Minotauro parece estar influenciada por el culto al toro en la sociedad cretense, entre los años 2000 y 1450 aC. En el palacio desenterrado de Cnosos hay imágenes de hombres y mujeres danzando y haciendo acrobacias sobre lomos de toros. Asociado a Zeus y a sus virtudes uranias, el poder del toro es positivo, si bien aparece como negativo cuando se relaciona con Posidón y el mar.
[5] Ibídem.
[6] Asocio aquí el poema de Miguel Hernández, “Llegó con tres heridas”, Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941), Obra poética completa, Madrid: Alianza Editorial, 1988, p. 466: “Llegó con tres heridas: / la del amor, /la de la muerta,/ la de la vida. / Con tres heridas viene:/ la de la vida, / la del amor, / la de la muerte./ Con tres heridas yo:/ la de la vida, / la de la muerte, / la del amor.
[7] Borges, Jorge Luis, La casa de Asterión, El Aleph (1949), Obras completas, Barcelona: Emecé Ed., 1989, tomo 1 p. 569.
[8] García Lorca, Federico, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, Poesía completa, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2011, p. 569
[9] Lacan, Jacques, El mito individual del neurótico, Intervenciones y textos 1, Buenos Aires: Ed. Manantial, 1985, p. 37.
[10] Lacan, Jacques, Para qué sirve el mito. Cómo se analiza el mito, Seminario 4, La relación de objeto, Barcelona: Ed. Paidós, 1994, p. 249-284.
[11] Ver nota a pie nº 6.
[12] Brel, Jacques, Les Taureaux, canción.
[13] Morales, Rafael, Poemas del toro, Antología poética, Madrid: Ed. Cátedra, 2004.
[14] Ferrer, Norberto, El neurótico obsesivo y su relación con los otros, El padre y su función en Psicoanálisis, Barcelona: Ed. Acto, 2017, p. 230.
[15] Ferrer, Norberto, Final de un adiós, Psicoanálisis con niños y adolescentes, Barcelona: Ed. Acto, 2014, p. 269.