El diario El País publicó hace un tiempo una nota de prensa titulada “La memoria del miedo se puede borrar sin utilizar fármacos”, firmada por Javier Sampedro.
Javier Sampedro se hace eco de la publicación en la prestigiosa revista científica Nature de una investigación firmada por Elisabeth Phelps y Joseph Le Doux de la Universidad de Nueva York.
Dicha investigación trata de la creación de una técnica para borrar, sin utilizar fármacos, la memoria del miedo.
El director del Instituto Nacional de Salud Mental, uno de los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos, que ha financiado el estudio, afirma:
“Este trabajo, inspirado en la ciencia básica con roedores, promete una aplicación como terapia contra la ansiedad y el estrés postraumático.”
El experimento
Así pues, comenzaron el experimento “condicionando” a sus voluntarios a sentir miedo al ver un cuadrado de cierto color. Esto se consigue aplicando un “calambrazo moderado” en la muñeca del sujeto.
A pesar de ser moderado el golpe de electricidad, el tratamiento es lo bastante desagradable como para que los voluntarios muestren en días posteriores los signos del miedo —como la agitación del pulso o el sudor— cuando se les presenta el cuadrado del color correspondiente, tal como ocurre con el condicionamiento del perro de Pavlov.
Cuando los pacientes están mirando los cuadrados de colores, el recuerdo del miedo se reactiva. Éste es el momento que aprovechan los psicólogos para someterles a lo que llaman el “entrenamiento de extinción”.
Dicho entrenamiento consiste en mostrarles repetidamente el cuadrado de color que les da miedo, pero sin el calambrazo.
El resultado es que la memoria del miedo se borra ya que, dicen los investigadores, sustituyen el recuerdo por un recuerdo tranquilizador. Y concluyen:
“Nuestra memoria no refleja un registro exacto del suceso original, sino la última vez que la retiramos del archivo. Esto no sólo es cierto para el miedo, sino para cualquier memoria. Nuestros recuerdos de un hecho, a diferencia del hecho en sí, parecen estar en permanente revisión.”
Y es aquí donde surge mi sorpresa porque están constatando como novedoso algo que Freud descubrió hace ya más de 100 años, respecto a la memoria de los hechos en permanente transformación.
Usos de esta técnica
Este mismo método se usa para tratar otras manifestaciones sintomáticas, las fobias por ejemplo, exponiendo al sujeto poco a poco a lo que le produce el temor, lo que ha llevado a algún paciente con fobia a las alturas a arrojarse desde una azotea. Y, ya se sabe, como dice el refrán: “muerto el perro, se acabó la rabia”.
Y la misma técnica se aplica también a otros síntomas, como por ejemplo la enuresis, que se “combate” colocando por la noche en la cama del niño un elemento sensible que, al recibir las primeras gotas de orina, interrumpe el sueño, no con un calambrazo, sino con un timbre que lo despierta y corta, por tanto, la salida de orina.
Ese síntoma concreto ha desaparecido como por arte de magia sí, pero comienzan a aparecer en el sujeto otros síntomas, como por ejemplo:
- fobias
- fracaso escolar,
- trastornos de la conducta,
- fenómenos psicosomáticos
- etc.
Y ocurre así porque el conflicto psíquico que los motiva no está resuelto y, por suerte, la verdad del síntoma siempre retorna para hacerse oír.
La novela de Anthony Burgess, y la excelente película de Stanley Kubrick, La naranja mecánica, ilustra sin lugar a dudas las “excelencias” de dichas terapias, que actúan como verdaderas lobotomías funcionales, condenando al paciente a ser un objeto de laboratorio en manos de un otro arbitrario.
Una perspectiva diferente: el psicoanálisis
Estas prácticas nos parecen engañosas, abusivas y a veces devastadoras y no respetan ni analizan los orígenes y las vicisitudes de lo que hace humano al hablanteser, es decir: el lenguaje y la singularidad histórica del sujeto que padece.
Y agregamos que tal vez puedan funcionar con ratones porque éstos no tienen noción de la historia.
A diferencia de esas prácticas, el psicoanálisis apela al respeto por la rica y compleja subjetividad particular de quien se pregunta por los motivos de su padecer. Quien así lo hace, encuentra en sus “extraños síntomas”: las relaciones con las verdades de su historia, el sentido (como articulación propia imaginaria y simbólica) que da a su existencia y la repetición de un goce invasivo e ignorado.
Artículo de Norberto Ferrer
Si lo desea, puede consultar los libros publicados sobre psicoanálisis.
Mi singularidad como sujeto al lenguaje es, simplificando, el conjunto de recuerdos conscientes y los sentidos inconscientes que constituyen mis síntomas en el transcurso de mi existencia.
Durante un psicoanálisis este inconsciente singular va elaborándose y mostrando al analizante cómo está articulado a su malestar en una red de significantes que se manifiestan en su decir.
Gracias, Manuel por su comentario.