La mitad que nos falta y las personas que forman una pareja es el tema de este artículo en el que hablaré de la elección sexual, el amor, el goce y la posición sexual-subjetiva-inconsciente.
Empezaré con esta cita:
«Soy más lo que no soy que lo que yo soy »
Un analizante
Las personas que conforman una pareja consultan, en general en momentos de crisis, cuando ven peligrar la continuidad de su relación.
Sus discursos entonces están cargados de reproches, recriminaciones y acusaciones. La negación del otro y la confusión imaginaria es muy grande y el contenido de sus acusaciones mutuas es similar:
—Tú no me escuchas.
—No es eso, eres tú quien no habla y además es que tú no me atiendes.
—No, eres tú quien no tiene atenciones conmigo.”
— ¿Qué atención voy a tener si parece que tú nunca necesitas nada?
—Lo que no necesito es que tú me critiques.
—Si eres tú quien desatiende mis requerimientos.
—Eres egoísta.
La mitad que nos falta: las expectativas
A pesar de sus antiguas e intensas promesas amorosas ninguno cumple con las expectativas del otro.
En ese estado apasionado y destructivo se adjudican para sí los supuestos valores positivos y le endilgan al otro los negativos, evidentemente de forma disociada:
Uno es el bueno y el otro el malo, uno es justo y el otro injusto, uno es desinteresado y el otro egoísta, uno es amable y el otro odioso, uno el bárbaro y el otro el civilizado.
En algunos casos, llegan a utilizar a los hijos como arma arrojadiza; como hace esta otra pareja con su hija:
—Somos la noche y el día.
—Él es frío, distante, cómodo.
—Soy tranquilo y poco expresivo. No quiero discutir, ella siempre grita todo el día y sus enfados duran mucho.
—Mi hija no me respeta, y él no dice nada. Estoy humillada. He luchado mucho y él me describe como una persona patológica.
—Yo hablo mucho con la niña a mi modo: tranquilo, sin insultos.
—No hace de padre, no pone límites.
—La niña dijo que si nos separamos vendría conmigo.
—Sí, pero después vendría conmigo porque se cansaría de él.
La mitad que nos falta: El amor
La poetisa Safo define al amor como “un monstruo agridulce”, mientras el poeta Craig Raine lo metaforiza así: “cada rosa crece en un tallo infestado de tiburones”.
Los humanos recibimos calabazas al soñar con la media naranja.
Verificamos en el análisis dos sexos casi sin “relación” el uno con el otro, con diferencias que los separan y los alienan y, sin embargo, anudados por lazos inconscientes imperativos de síntomas y goces que los determinan.
El trabajo psicoanalítico constata que una pareja son dos personas que creen encontrarse en el malentendido de sus sueños y que comparten dos fantasmas inconscientes que se suplementan.
La coincidencia amorosa es un encuentro intersintomático. El amor y el deseo sexual surgen y se articulan alrededor de sus fantasmas inconscientes.
La verdad del drama del amor es la de su ceguera, o sea, la de amar en el otro algo que no es el otro; si fuéramos conscientes de ello, podríamos decir: “no era ella”, “no era él”, como ilustra Lacan.
Así lo expresa con humor una analizante: “Cuando estás con quien estás, es porque el que está contigo no es quien es”.
La elección sexual
La biología no marca el destino sexual de los humanos, ni tampoco lo marca solamente una construcción social.
No existe por tanto una adecuación natural o exclusivas variaciones culturales para el sexo físico o para el sexo psíquico.
Más de cien años de teorización y de experiencia clínica enseñan que nada permite elegir con libertad la manera de gozar, ya que cada sujeto se haya forzado a gozar de manera singular en el marco de la ley de su fantasma inconsciente –como sostén del deseo sexual-, y condicionado por el lenguaje que impone un imposible en cualquier relación sexual.
Las niñas y los niños, indiferenciados aún como sujetos, aprenden de su madre el habla y el amor a sí mismo y a los otros, que no es sin ambivalencia.
Aprenden también a desear y lo hacen a partir de vivenciarse como el suplemento imaginario de su madre, que a su vez vive al infans como su complemento indispensable.
(Expresa una analizante: “a veces me da la sensación de que estoy pegada a ella, somos una”.)
Desde el momento de la instauración de este registro imaginario, anudado a lo real de las pulsiones corporales y a la terceridad simbólica del lenguaje, siempre encarnada en un Otro, queda conformada la estructura subjetiva y determina al sujeto sin que él lo sepa.
Los dos conceptos primordiales de lo idéntico y lo diferente estructuran el pensamiento humano.
La posición sexual-subjetiva-inconsciente
La posición sexual-subjetiva-inconsciente-femenina no es patrimonio de las mujeres, ni la posición sexual-subjetiva-inconsciente-masculina es sólo de los hombres: ambas posiciones sexuales-subjetivas-inconscientes se manifiestan en los seres que hablan, por tanto, en hombres y mujeres.
Estas posiciones sexuales-subjetivas están directamente relacionadas con el tipo de goce al que cada sujeto se adscribe inconscientemente.
Tres tipos de goce
Lacan plantea tres tipos de goces en su teoría del goce —goce definido como un opaco y denso entramado inconsciente de satisfacción inútil e insatisfacción mortificadora, y concebido como la suposición del deseo satisfecho—:
- 1. Un mítico y teórico Goce del Otro primigenio, absoluto, incestuoso y prohibido. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos, apunta también Borges, paraíso mitológico de la suposición de un deseo realizado en plenitud, es decir, del niño como cuerpo de goce de su madre, de goce que el lenguaje se encarga de desalentar exilando al hablanteser de la Naturaleza, de su madre y de sí mismo.
- 2. Un Goce del fantasma inconsciente y de las palabras. El sujeto del significante (hablanteser) encuentra así en el goce del fantasma inconsciente (goce del cuerpo que recae sobre la pulsión parcial: oral, anal, escópica o invocante), restos perdidos del mítico Goce del Otro. También encuentra en el goce de las palabras (fuera del cuerpo) una nueva condición de goce cuyo valor es el de asegurar el orden semántico y el sentido del lenguaje, es un goce con medida, articulado al lenguaje y al intelecto, referente, racional, ordenado y orientado.
- 3. Otro goce suplementario que divide subjetivamente a las mujeres. Lacan habla de Otro goce suplementario, inefable, contingente, no-todo en el goce del significante, propiamente femenino (y del éxtasis de los místicos y los poetas). Un goce compatible con el goce del lenguaje antes mencionado. Un goce abismal, que la hace extraña y ausente de sí misma, un goce sin límites, como “en un mar que no tiene ni fondo ni orilla”, lo que expresa una desubjetivación que le presta la vivencia turbadora de no tener imagen ni cuerpo, un goce enigmático, sin nombre ni asideros, sin referencias, que angustia a hombres y mujeres, porque hace desaparecer los límites del cuerpo y porque es un goce encontrado, con asombro, desconcierto y hasta horror, cuando el sujeto queda abolido.
Sujeto (hombre o mujer) y posición sexual subjetiva
Un sujeto (mujer u hombre) en posición sexual inconsciente subjetiva femenina (color mujer) busca y goza con una demanda de amor único, incondicional, sin barreras, jamás satisfecho, en su versión erotómana, como el que creyó tener con su madre en la primera infancia.
Un amor que la amarre, que la identifique, para soportar el ser otra para sí misma en su goce. Ofrece su cuerpo activa e interesadamente como objeto sexual del otro u otra y encuentra, a lo sumo, un signo de amor insuficiente, el goce sexual y eventualmente los hijos, por tanto un sentimiento de aflicción, insatisfacción y estrago.
Un sujeto (hombre o mujer), en posición sexual inconsciente subjetiva masculina (color hombre) inquiere por una parte el amor incondicional materno y, por otra parte, busca en el cuerpo del partenaire el objeto de su fantasma inconsciente, que causa sus deseos y el goce sexual, representado por el rasgo de perversión fetichista que lo ata a su pareja.
Encuentra en ella una demanda de amor irrealizable, que no puede dar, y que evoca su frustación y castración, por insatisfecha e insuficiente. Encuentra también un goce enigmático, inquietante y desconocido que lo asusta, lo angustia, lo excita y lo cuestiona. Su queja se refiere a la insuficiente demanda de reconocimiento en relación a su esfuerzo, a su trabajo, a su dedicación, a lo que cuesta ganar dinero, a su perseverante e insatisfecha sexualidad, a que nunca alcance lo que se le demanda.
Una analizante constata esta imposibilidad estructural cuando le dice a su pareja: “Tú me das lo que no necesito, y yo te pido lo que no tienes”.
Samuel Beckett nos aconseja: “Inténtalo de nuevo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.
Para concluir
Les contaré un relato corto de Ana María Shua que me evocó nuestras divinas tragicomedias, en el circo de nuestras vidas:
Dante, el hombre sin brazos, se ganaba la vida como escritor antes de entrar a trabajar en el circo.
Beatriz, la acróbata sin piernas, tenía dos pequeños pies de diferente tamaño que nacían de sus caderas y era considerada la más hermosa de las artistas del circo.
En una de sus actuaciones conjuntas Beatriz conducía una bicicleta mientras Dante pedaleaba.
Los espectadores aplaudían como tontos, sin darse cuenta de todo lo que podríamos hacer si tuviéramos esa otra mitad de la que nada sabemos, la mitad que nos falta, la otra parte de estos cuerpos inacabados que sólo por ignorancia imaginamos completos.
Artículo de Norberto Ferrer
Este artículo fue presentado en las XXVIII Jornadas de Clínica Psicoanalítica celebradas en Barcelona en noviembre de 2019, en las que psicoanalistas de diversas Instituciones de ámbito nacional y europeo debatieron sobre el tema: Feminismo, Patriarcado. Sus efectos. Las ponencias presencias se recogen en una publicación que forma parte de nuestra Colección de libros: Jornadas de Clínica Psicoanalítica.