La función paterna constituye una función crucial para el psicoanálisis. Partiendo de la obra de Wedekind El despertar de la primavera nos proponemos abordar este importante tema.
En el año 1891 el escritor alemán Frank Wedekind, contemporáneo de Freud, escribe una obra de teatro: El despertar de la primavera.[1] Trata sobre la tragedia de adolescentes de 14 años que despiertan al sexo sin conocimientos ni orientación alguna, interpretados erróneamente y desdeñados por padres y maestros.
Argumento de El despertar de la primavera
Los estudiantes Melchior, más espabilado, y Wendla, muy ingenua, intentan juntos responder a sus preguntas sobre la sexualidad. Wendla, sin padre, vivía sola con su madre; queda embarazada y pregunta a su madre:
—¿Por qué no me hablaste nunca de estas cosas?— pregunta que le hace antes de morir como consecuencia de un aborto.
El amigo de Melchior, Moritz, infantil, cándido y con tendencia a la melancolía, se suicida porque ha tenido malas calificaciones en el colegio. Su padre encuentra entre sus papeles un escrito obsceno sobre el coito, que le había dado Melchior.
Melchior es expulsado del colegio y repudiado por sus padres, que lo envían a un correccional. Se escapa de allí y va al cementerio, donde están las tumbas de Wendla y Moritz.
El fantasma de Moritz se levanta de su tumba y se acerca a Melchior llevando la cabeza en sus manos. Se había suicidado disparándose un tiro en la cabeza.
La reina sin cabeza
En vida, Moritz había relatado a su amigo la historia de la “Reina sin cabeza” que le había contado su abuela:
“Era una reina maravillosa, bella como un sol. Desgraciadamente, había venido al mundo sin cabeza, no podía comer, ni beber, ni mirar, ni reír, ni besar tampoco. Solamente se podía hacer entender en su corte, moviendo su mano delicada y picando con sus tiernos pies. Así dictaba declaraciones de guerra y condenas a muerte. Pero un día fue vencida por un rey que tenía dos cabezas. El hechicero de palacio cogió la cabeza más pequeña del rey y se la puso a la reina. Después se casaron y se besaban en la frente, en las mejillas, en la boca, y vivieron muchos años felices y con alegría. De golpe —dice Moritz—, me parece que yo mismo soy una reina sin cabeza. Vaya a saber si un día no me pondrán una nueva a mí también…”
El hombre enmascarado
En el cementerio, el fantasma de Moritz tiende su mano de cadáver a un Melchior culposo para que se una a él en el reino de la muerte. Entonces aparece “el hombre enmascarado”. Melchior le pregunta si es el padre, a lo que el enmascarado responde:
“En estos momentos tu señor padre busca el consuelo en los fuertes brazos de tu madre.”
Y, como digno representante de la Función Paterna simbólica, agrega:
“Yo te abro el mundo. Te acompañaré entre los hombres, te daré la oportunidad de ampliar fabulosamente tu horizonte. Tendrás al alcance de tu mano, sin excepción, todo aquello que el mundo ofrece de interesante”.
El hombre enmascarado obliga al fantasma de Moritz a volver a su tumba y conduce a Melchior consigo fuera del cementerio. Este hombre enmascarado personifica la vida y a él dedica la obra el autor.
Para Freud
En la reunión científica del 15 de febrero de 1907, “Las reuniones de los miércoles”[2] que Freud realizaba con sus discípulos en Viena, analizan esta “tragedia de niños”. Freud califica de meritoria la pieza de Wedekind: “cabe suponer que ha alcanzado una profunda comprensión de la sexualidad infantil”.
Respecto a la fantasía de la reina sin cabeza, Freud propone que, por un lado, es un recurso poético que anuncia cuál será el destino de Moritz, y por otro lado, por tratarse de un niño, representa el anonimato de la mujer, fantaseada por este. La fantasía del rey de dos cabezas recuerda la creencia platónica en la bisexualidad del hombre. En cuanto al hombre enmascarado es el demonio de la vida, que es a la vez el diablo (el inconsciente).
Para Lacan
En 1974, J. Lacan escribe el Prefacio a El despertar de la primavera[3] para el programa de la representación de la obra en París, en el festival de otoño. Lacan sostiene allí que entre los Nombres del Padre, está el del “Hombre enmascarado”.
“El padre tiene tantos y tantos que no hay Uno que le convenga, sino el Nombre de Nombre de Nombre. No Nombre que sea su Nombre Propio, sino el Nombre como ex–sistencia, es decir, el semblante por excelencia”.
En la crisis del pasaje adolescente se reeditan de forma aumentada y dramática las vicisitudes de la estructuración edípica inconsciente del sujeto: la castración de la madre y su Deseo y el largo trabajo del duelo por el falo imaginario, que el niño ya no puede ser para ella.
Esto se expresa en el duelo por los cambios en lo real del cuerpo, que la maduración biológica misma ocasiona, y que perturban el referente imaginario de la infancia, así como la identidad infantil perdida y la del sostén narcisista de sus padres, desde donde se sentía amado.
Este es el despertar brusco y penoso de los sueños de la infancia y el padecimiento de las “alergias” de la primavera adolescente. Estos duelos son los que caracterizan la obra de Wedekind.
La función paterna
Al igual que con cualquier pérdida, falta o duelo, la Función Paterna se pone a prueba; de allí que las diferentes versiones del padre: real, imaginaria y simbólica, que hacen su aparición de forma cambiante y florida, justifican los resquebrajamientos de autoridad y el cuestionamiento de la figura del padre.
Suplir al padre, restaurarlo, invocarlo o sostenerlo es la Función simbólica del Padre en todo duelo.
El Otro paterno da consistencia fálica simbólica al ser, paliando así la pérdida del objeto imposible y la amenaza del enigma, sin solución, acerca del goce femenino suplementario —más allá de toda representación fálica— de ese Otro sexo, que encierra la pregunta: ¿qué quiere una mujer?; pregunta a la que el sujeto solo puede responder con su fantasma inconsciente.
La función paterna: Nombre de Nombre de Nombre
Durante los años 1974-75, Lacan califica al Nombre del Padre como Nombre de Nombre de Nombre.[4] Esta triplicidad del Nombre representa la triple Función de Nominación del Padre:
- La real: el padre como nombre que se nombra a sí mismo y contesta a su nombre con un sin-nombre, con un agujero (“soy lo que soy”), que es como el Dios Bíblico se presenta a Moisés, un real sin concepto, un sinsentido, un nombre impronunciable.
- La imaginaria: ser nombrado (por la madre del Deseo en la Metáfora Paterna)
- La simbólica: el padre nominador, que nombra a los hijos y a todas las cosas (nombre que remplaza a la cosa, señalando un agujero que consiste en la castración y la prohibición del incesto).
Lacan define el amor humano como “amor de un nombre”,[5]amor de una vida singular, reconocida en sus particularidades inconfundibles como Otro humano. Reconocimiento simbólico que marca una procedencia, una pertenencia, una herencia y una transmisión del deseo, en una continuidad, de una generación a otra. Del significante del Nombre del Padre, Lacan sostiene: “es el significante de la vida.”

Diacronía y sincronía
Devenir padre condensa la simultaneidad de la sincronía y la diacronía. La sincronía de responder a su nombre (sin identificarse), de ser nombrado y del acto de nominar, ya que nombrar es un acto. Transmite la estructura básica del lenguaje y el orden simbólico.
En la diacronía, el sujeto se confronta a tres generaciones: el hijo de un Padre accede al status de padre; la hija de un padre se vuelve la mujer de un padre de un niño. Así la sincronía de los tres registros del nombre se superpone a la diacronía de la estructura genealógica de la filiación de las generaciones.
La función paterna: El Nombre del Padre
El Nombre del Padre, en tanto agujero en sus tres Funciones de nominación, comunica su consistencia al nudo Borromeo de lo real, lo imaginario y lo simbólico y, agrega Lacan, forma nudo con él actuando como regulador y aportando un orden. Lacan, en RSI,[6] trata la nominación como Función del Padre, refiere que la nominación no es solo simbólica:
“es en la nominación que la palabra se anuda con algo de lo real […] reduzco el Nombre del Padre a su función radical, que es dar un nombre a las cosas con todas las consecuencias que eso comporta… y en forma notable hasta en el gozar”
La producción significante no se da sin la producción de goce, y esto se evidencia en los fenómenos de lalengua, la lengua propia e íntima, inconsciente del sujeto, expresión de un lazo social y de la pertenencia a un discurso. A partir de esta nominación y a través de lo imaginario, “los nombres se adherirán a las cosas”.
Lacan denomina también esta función de Nominación del Padre como función Sínthoma, y a decir de Freud, función de lazo. “La nominación es lo único que vemos con certeza que hace agujero”, [7] situando el lugar del deseo.
Así su deseo y su síntoma se articulan con su Nombre Propio.
Los Nombres del Padre y los Padres del nombre
En estos Nombres del Padre y Padres del Nombre (RSI) se sostiene el nudo Borromeo, ya que el amor indispensable que se da en las tres clases de identificaciones simbólicas (la histérica o al deseo del Otro, al rasgo unario y al significante del Nombre del Padre) recae sobre el 4º nudo del Sinthome.
Identificándose el Otro real del nudo mismo con su imaginario, tenemos la identificación histérica con el deseo del Otro en su fantasma.
Si se identifica con lo simbólico del Otro real del nudo mismo, tenemos la identificación con el rasgo unario (einziger zug).
Y si la identificación es con lo real del Otro real del nudo mismo, tenemos el Nombre del Padre.[8]

En su accionar constante de regulación y orden, los Nombres del Padre actúan como un torbellino que intenta cumplir su inagotable función.
¿Y cuál es su inagotable función? Es la de conseguir la pérdida de goce sobre el cuerpo del hablanteser, circunscribiendo, ajustando y regulando una porción de goce, de todo el goce que afecta al sujeto, asegurando así la operatividad del deseo. Por ello pueden “ser tantos y tantos nombres”…
Viñeta sobre la función paterna
Un niño de 11 años escribe un relato que titula “Mi padre astronauta”:
“Cuando yo era pequeño, mi padre me explicaba cosas increíbles. Me explicaba que él era astronauta y que estaba flotando en el espacio. Él vio todos los planetas: Mercurio, Venus, La Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno.
De broma me decía que Saturno estaba casado porque tenía un anillo. Me decía que había estado en una nave espacial, y que había sido una de las primeras personas que había pisado la Luna. Hoy en día, ya no lo puede explicar, yo ya soy abuelo y se lo explicaré a mis nietos para que ellos se lo expliquen a los suyos.”
Análisis de la viñeta: la función paterna
El Padre del Nombre o padre nominador presta al hijo la función identificatoria del nombre propio, la posibilidad de nombrarse, ser nombrado y nombrar a otros y es el fundamento del apego al padre y a la subjetividad.
En el relato el padre hace la nominación simbólica de todos los planetas y le trasmite al hijo ese don, ese nombre, para que este tome el relevo del padre en la cadena generacional.
Trasmite así primero la estructura básica del lenguaje y su orden simbólico (los planetas nombrados y ordenados), y segundo la cadena del padre simbólico y la estructura genealógica de la filiación a través de las generaciones.
De esta manera, crea un orden y por tanto una imposibilidad. La referencia a lo increíble —lo imposible— de las cosas que su padre le explicaba y que el niño, como padre y abuelo, explicará a sus nietos, ilustra la Función Paterna como semblante.[9]
Un padre increíble —se nomina como imposible—, casado como Saturno, es decir, nominado por el deseo de una mujer, nombra a todos los planetas y generaciones.
Artículo de Norberto Ferrer
Bibliografía y notas:
Mi libro El padre y su función en psicoanálisis se dedica enteramente al tema de la función paterna,
[1] Wedekind, Frank, El despertar de la primavera, Barcelona: Ediciones de 1984, 1994.
[2] Nunberg, Herman y Feder, Ernst (compiladores), Las reuniones de los miércoles. Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena (Acta 3), Buenos Aires: Ed. Nueva Visión, 1979, tomo I (1906-1908), p. 132-139.
[3] Lacan, Jacques, Prefacio a El despertar de la primavera, Otros escritos, Buenos Aires: Ed. Paidós, 2012.
[4] Lacan, Jacques, RSI, 11 de marzo de 1975, inédito. “El (almenosun) Dios, el verdadero de lo verdadero, es Él —con E mayúscula—, quien enseñó al parlêtre a hacer Nombre para cada cosa. El no incauto del Nombre de Nombre de Nombre del Padre, el no-incauto yerra: sin eso, para bien o para mal, eternidad.”
[5] Lacan, Jacques, La angustia, Seminario 10 (1962-63), Buenos Aires: Paidós Editorial, 2006, p. 365.
[6] Lacan, Jacques, RSI, Seminario 22, 11 marzo 1975, inédito.
[7] Lacan, Jacques, RSI, 15 abril 1975, inédito.
[8] Lacan, Jacques, RSI, 18 marzo 1975, inédito: “Si hay Otro real no es en otro lado que en el nudo mismo, y eso es porque no hay Otro del Otro.”
[9] Lacan, Jacques, De un discurso que no fuera del semblante. Seminario 18, Buenos Aires: Paidós Psicoanálisis, 2009.