El mito de la sagrada unidad

El mito de la sagrada unidad, es decir, la ilusión o la suposición de hacer Uno con el Otro es el tema del artículo de hoy.

El amor consiste en sentir que el ser 
sagrado late dentro del ser querido

 Platón

Lacan define al neurótico, al perverso y al psicótico como caras de la estructura normal (en el Seminario IX, inédito: La identificación, número 9 del 13 de junio de 1962): 

“… el neurótico, como el perverso, o el psicótico mismo, no son más que caras de la estructura normal. El neurótico es lo normal, mientras que para él, el Otro con mayúscula tiene mucha importancia. El perverso es lo normal, mientras que para él, el Falo —el grande, que identificaremos con ese punto que da toda su consistencia a la pieza central del plano proyectivo—el Falo tiene toda su importancia. Para el psicótico, el cuerpo propio que se distingue en su lugar, en esta estructuración del deseo, el cuerpo propio tiene toda la importancia”.  

La estructura

Toda la importancia está puesta en el término de la estructura que le hace falta al sujeto y que, en consecuencia, desea.

Para Freud, el eje estructural que organiza las estructuras clínicas es el complejo de castración, es decir, el descubrimiento angustioso del niño de lo que le falta a la madre.

Dichas estructuras —neurosis, perversión y psicosis— son posiciones subjetivas diferenciales frente a esa castración que Lacan define como la falta en el Otro.

Lo cual quiere decir que si ese primer Otro (la madre) desea, es porque le falta algo a lo que aspira y ese algo ya no lo encuentra solamente representado en el hijo, quien queda privado de un gran caudal de satisfacción.

Entonces, el hijo, en su afán de recuperar el goce perdido, intenta complementar al Otro incompleto, tanto en el plano del deseo —como ocurre en las neurosis—, identificándose con el falo imaginario, como en el plano del goce, identificándose con el objeto a—como ocurre en la perversión.

De esta forma, o es el objeto imaginario del Otro, o es el Falo del Otro, o es una parte del cuerpo del Otro, como en las psicosis.

La neurosis

El neurótico —obsesivo e histérico— intenta borrar esa falta que conoce, prestándose con sus pedidos y ofrendas a conformar un gran Otro sagrado, en apariencia completo, como otrora imaginó conformarlo con su madre.

Crea y cree, entonces, en un Otro de la demanda y hace de las demandas de ese Otro el objeto de su deseo, consagrando así una unidad indisoluble con ese Otro, en el que cree ciegamente, no sin ausencia de dolor, de síntomas y de angustia.

La búsqueda fantasmática del objeto perdido es tortuosa y su deseo —imposible o insatisfecho, para alejar la angustia—, su deseo sabe de los enigmas y dificultades de la gratificación sexual. 

Frente a la castración del Otro, la función del fantasma inconsciente es intentar recuperar el goce perdido con la represión; recobrar el “Uno” imaginario, nunca tenido, obteniendo una satisfacción parcial del deseo. 

La histeria y el mito de la sagrada unidad

El sujeto histérico se identifica, en su fantasma, con el objeto imaginario que falta en el Otro.

En la histérica, y hablando de Dora, plantea Lacan que ésta se consagra como un objeto a sin deseo pero como causa del deseo del Otro. Los objetos sostenidos por la castración imaginaria (menos fi), reprimida, profundamente escondida, son deseo del Otro. Dora, identificada con los otros: Padre, Sr. K., Freud, apunta al culto del Otro absoluto (A) que es la Sra. K, encarnación de la pregunta: ¿qué es una mujer?

La relación del sujeto no es con el objeto a, sino con A (El Otro sin barrar) al cual la histérica reverencia y al que “cree en forma paranoica”.

“Todo para el Otro”, dice una analizante.“¿Qué soy?” tiene para ella un sentido pleno y absoluto.

“La Sra. K representa para Dora la posibilidad de obtener la respuesta sobre: ¿qué es La (barrado) Mujer? Supone a ese Otro como poseedor de la llave de su misterio.

Dora “no puede hacer como que no encuentra allí, sin saberlo, el falo cerrado, siempre velado, que responde allí”.

Homosexualidad femenina

En cuanto a la homosexualidad femenina, escribe Lacan:

“En todas las formas, incluso inconscientes, de la homosexualidad femenina, es a la feminidad adonde se dirige el interés supremo.” (“Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina” [1960)], Escritos I, México: Siglo XXI, 1976, p. 300.)

Una analizante expresa: “A veces me da la sensación de que estoy pegada a ella. Somos una.”

El obsesivo y el mito de la sagrada unidad

El obsesivo es, en su tragedia neurótica, un esclavo vigilante y solitario frente al enigma de su existencia, de la vida y de la muerte.

Podríamos también designarlo, aunque no por sus hazañas, como al soldado de la Legión extranjera: el novio de la muerte.

El Otro del obsesivo es una imagen de sí mismo que hace ver a los demás y tras la cual se camufla. Esta quimera, que intenta configurar una consistencia yoica, lo amarra a su existencia y, sin embargo, lo distancia de sí mismo.

Un analizante

Un analizante se describe a sí mismo como testigo —en otra  época— alienado a sus propios actos:

“Trataba de dar una imagen a los demás. Evitaba definirme para no comprometerme. Trataba de ver cómo eran y actuaban los otros, para hacer lo que ellos hacían. Copiaba imágenes, trataba de ser otro, ponía cara  de buen  chico. Aparentaba una cierta timidez falsa para ver qué me exigían y, por tanto, qué podía dar yo. Tenía mucho control sobre  mí mismo. Mantenía una máscara que tenía su coste.” (cita extraída del apartado sobre: “El neurótico obsesivo y su relación con los otros”,  de mi libro titulado El padre y su función en PsicoanálisisBarcelona: Acto, 2017, p. 199.)

El  prudente obsesivo cree que el otro ama una imagen que él da, una  apariencia de dimensión altruista (Lacan, Seminario 10: La angustia. 25 de junio de 1963): “de un  amor mítico basado en una mítica oblatividad”.

Todo lo que el neurótico obsesivo hace no es para él, “Sino algo que percibe como un juego que finalmente sólo beneficia a esa imagen”. (Lacan, Seminario 10: La angustia)

El deseo como imposible

Atrapado en la “jaula de su narcisismo”, su deseo se sostiene dando vueltas, en su laberinto, a todas  las posibilidades fálicas y genitales que, finalmente, determinan lo imposible. Sostener su deseo como imposible, quiere decir que, haga lo que haga por realizarlo, no lo consigue.

Esta imposibilidad lo protege de saber que  la verdadera causa  de deseo  es un simple objeto real de desecho.

Pero precisamente la aparición de la angustia está ligada a la percepción de ese objeto. Lacan indica  que “la angustia está ligada al hecho de no saber qué objeto a soy yo para  el deseo del sagrado Otro”. (Lacan, Seminario 10: La angustia, 3 de julio de 1963.)

La imposibilidad del deseo lo aleja, por tanto, de todo  contacto con la causa de su deseo,  de todo  real.

“La angustia queda así rechazada y desconocida por la sola captura de la imagen especular i (a)” y mucho mejor aún  si esa imagen se refleja en los ojos de los demás.

Así, el sujeto es proyectado al campo del ideal, desdoblado entre el  yo ideal especular: i (a), y el Ideal  del yo (I).

El Ideal  del yo, y siempre para  tapar la  hiancia del  sujeto ($) y la consecuente angustia, toma la forma de lo omnipotente. Es el fantasma de omnipotencia, el llamado fantasma ubicuo (omnipresente,  está en todas  partes) del obsesivo. (Lacan, Seminario10, La angustia, 19 de junio de 1963.)

La perversión o el Falo sagrado

Aunque no escapa a la dialéctica del Edipo, el perverso, en cambio, está constantemente dispuesto al acto que dé la respuesta de goce que ya conoce para evitar la angustia. Él obtura a través del goce sexual la falta en el Otro, ofreciéndose como su objeto de goce y creando así un gran Otro completo de goce.  

En cuanto al Falo (fi mayúscula), el sagrado Falo simbólico, significante del goce, presencia real del deseo, también se encontraría del lado del Otro. Sin saberlo, se hace objeto de otra Voluntad, para cuyo goce ejerce su acción.

Escribe el Marqués de Sade (La filosofía en el tocador,  Madrid: Akal, 1980): “El acto del goce es una pasión que subordina a ella, y lo acepto, todas las demás pero que al mismo tiempo las reúne”, y lleva razón el creyente Marqués al reverenciar a las tres pasiones del yo: el amor, el odio y la ignorancia. 

También lo subraya Sacher-Masoch: “El que sufre saluda a la muerte como amiga”. (La Venus de las pieles [1881], Madrid: Alianza, 1983.)

El perverso, creador y creyente de ese Otro “todo”, lo sostiene con una devota Voluntad de goce, como si de un Dios absoluto se tratara. Lacan llama a los perversos “los últimos creyentes”, ya que creen poder alcanzar en su acto el goce del Otro, ese goce del que Lacan postula “…no lo olvidemos, no existe” (“Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, EscritosI.)

Las psicosis o el sagrado cuerpo imaginario 

No existe en el psicótico distancia con el goce incestuoso materno, con quien se siente identificado imaginariamente en el sufrimiento. Configura un sagrado cuerpo imaginario. (Lacan, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis”, Escritos, México: ed. Siglo XXI, 1967, vol. 2: “el sujeto en la psicosis ha asumido el deseo de la madre”, p. 547.)

Un analizante

Un analizante escribe sobre su madre: 

“Sufre de asma, tiroides, artritis, dolores misteriosos de cabeza y riñón. Siempre toma aspirinas. Tiene tos, gripe, lo coge todo, siempre tiene algo. Ella es sufrimiento, rabia y autoritarismo. Se impone a toda la familia, no hay quien pueda con ella”. 

Las frases precedentes anuncian la forclusión del significante de la falta en el Otro. Dicha falta se aborda mediante la imaginarización, ya que no dispone de un significante (Padres del Nombre y Nombre del Padre) con el que significarla. 

Y de sí mismo, escribe: 

“Soy todo sufrimiento [como dice de su madre], últimamente sólo me identifico con eso [habla de sí mismo como si fuera una parte del cuerpo del Otro, la madre]. En algún momento, ayer en concreto, no sentía sufrimiento, y era una rara sensación. Me sentía manipulado por alguien que, mágicamente, me quitaba el sufrimiento”. 

La imaginarización sin mediación de lo simbólico señala el predominio de la tópica del espejo del narcisismo.

Definimos el goce como un opaco y denso entramado de satisfacción inútil e insatisfacción mortificante.

Ese “alguien que le quitaba el sufrimiento” fue, en primer lugar, el delirio y luego el análisis.

Continúa el escrito: 

“No hay quien pueda [como dice de su madre] con mi problema. Ya es mucho tiempo así. La depresión es o se transforma en una cosa física, llega hasta el cuerpo, te paraliza, te deja inmóvil [se refiere a la inhibición melancólica]. Se me ocurre que de adolescente o de pequeño, hasta los doce años, tenía una especie de depresión encubierta, o una nebulosa”. 

La sagrada unidad

En todas las estructuras podemos apreciar el anhelo utópico de conseguir una sagrada unidad. ¿No es éste acaso el viejo sueño de hacer Uno?  Hölderlin lo expresa así :

“Ser uno con todo, ésa es la vida de la divinidad, ése es el cielo del hombre. Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de sí mismo, al todo de la naturaleza, ésta es la cima de los pensamientos y alegrías, ésta es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno donde el mediodía pierde su calor sofocante y el trueno su voz, y el hirviente mar se asemeja a los trigales ondulantes. «

“¡Ser uno con todo viviente! Con esta consigna, la virtud abandona su airada armadura y el espíritu del hombre su cetro, y todos los pensamientos desaparecen ante la imagen del mundo eternamente uno, como las reglas del artista esforzado ante su Urania [en la mitología griega, Urania es la musa de la Astronomía y la Astrología] y el férreo destino abdica de su soberanía, y la muerte desaparece de la alianza de los seres y lo imposible de la separación y la juventud eterna dan felicidad y embellecen el mundo.”

Hölderlin: Hiperión, Madrid: Ed. Hiperión, 1980.)

Y Lacan puntualiza: ”En el universo del discurso no hay nada que contenga todo” (Seminario 14, La lógica del fantasma).

Artículo de Norberto Ferrer


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