Hablaremos de los equivocantes y de la enseñanza de psicoanálisis en este artículo y para ello quiero empezar con dos citas:
«Si fallor sum» (si me equivoco, existo)
San Agustín de Hipona (De libero arbitrio, II,3,7)
«Cuando el herrero no da en el clavo, es un errero.»
Aforismo anónimo
1. Un sueño
En el mes de febrero de 1997 fui invitado, por los colegas psicoanalistas de Palma de Mallorca, para hablar de mi Pase público realizado en Apertura en el mes de diciembre de 1996.
La noche anterior tuve el siguiente sueño:
Voy al lugar adonde se realizará el encuentro, pero, equivocadamente, me dirijo a otro sitio. Me hallo frente a una casa de un barrio medio, como el de cualquier ciudad moderna. No hay nadie.
De pronto, comienzan a llegar a esa calle los colegas que van a participar del evento: todos nos habíamos equivocado de dirección. Nos alegra coincidir. Constatamos con buen humor nuestro error y nos dirigimos juntos, en pequeños grupos, hablando de forma animada, hacia el lugar de cita inicial.
Atravesamos varias calles de ese barrio hasta adentrarnos en las estrechas callejuelas de un barrio antiguo. Lo asocio, en el sueño, con el barrio gótico de Barcelona. La anfitriona del encuentro nos dice: «Después que crucemos la Plaza Catalunya, llegaremos».
Aquí termina el sueño.
Les conté a mis colegas de Mallorca el sueño y mi interpretación: los equivocantes vamos un trayecto juntos hacia algún lugar, que sabemos marcado por la imposibilidad de lo real, a trabajar un tiempo.
2. El neologismo equivocante
La palabra aequivocus (equívoco) proviene del latín tardío y condensa en sí el término aequus (equi: igual) y la raíz vocare (llamar). Empleada casi siempre como reflexivo: equivocarse, significó al principio «errar tomando una cosa por otra».
Después admitió en español el sentido de «errar de cualquier manera», adquiriendo el equívoco, en el Barroco, la categoría de figura retórica.
Si bien la palabra española equivoquista define a la persona que con frecuencia y sin discreción utiliza equívocos, necesito crear el neologismo equivocante, como adjetivo y sustantivo, donde el participio activo equivocante transforma al sujeto que se equivoca en alguien que llama al equívoco, que trabaja activamente con el equívoco.
El equivocante es el analista que busca, que acciona, que explora la equivocación por la equivocación. Lo digo parafraseando a Lacan cuando manifiesta que la proeza del psicoanálisis es «explorar el malentendido por el malentendido».
3. Freud, el primer equivocante
Freud se equivoca y hace de su error un acto de trabajo que mantiene vivo hasta el final de su vida.
El 26 de agosto de 1898 escribe a su amigo Fliess el primer hallazgo en el terreno de la «psicopatología de la vida cotidiana». Freud olvida el nombre de un poeta, Julius Mosen, y lo sustituye por la parte de otro nombre, demostrando entonces lo siguiente:
- «que había reprimido el nombre a causa de ciertas conexiones;
- que en dicha represión intervenía cierto material infantil;
- que los nombres sustitutivos que se le ocurrieron habían surgido, igual que un síntoma, de ambos grupos de materiales».
Luego vendrán los dislates, absurdos y errores del contenido del sueño, los olvidos de nombres propios y los recuerdos falsos, con su ejemplo de Signorelli, los errores de la memoria, las equivocaciones vulgares de la vida cotidiana, las acciones fallidas, causales y sintomáticas, y El chiste y su relación con lo inconsciente que contiene el ejemplar «famillonarmente» de Heine.
De la técnica del chiste de doble sentido con equivocidad, donde se aprecia el sentido sexual, tomo un ejemplo de Spitzer, relatado por Freud;
«En opinión de algunos, el marido debe de haber ganado mucho y luego con ello se ha respaldado un poco, mientras otros creen que su esposa se ha respaldado un poco y luego ha ganado mucho».
Ventaja femenina respecto al goce
La transposición de las dos frases hace que lo enunciado sobre el marido por lo que ha ganado con su trabajo, sea muy diferente de la alusión respecto a lo que su mujer ha ganado con el sexo.
No se nos escapa la ventaja femenina respecto al goce. Precisamente la escucha del goce histérico llevó a Freud a la invención de un discurso nuevo –el discurso analítico-, donde la implementación del goce, desde una posición de semblante femenino, produce efectos terapéuticos.
El acto logrado de sus acciones fallidas llevó al maestro-profesor Freud a reconocerse como un equivocante.
Inmediatamente después de la publicación de La interpretación de los sueños, en 1900, descubrió en el texto, con asombro, una serie de errores y falseamientos del material histórico que pudo identificar con los pensamientos reprimidos que se ocupaban de descontentos y críticas inamistosas hacia su padre muerto.
Aún en 1936, en una carta a Romain Rolland (Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis) relaciona la perturbación de su recuerdo y la falsificación del pasado, con un sentimiento de culpa por el menosprecio y las antiguas críticas a su padre.
Lacan sanciona al distraidicho y nos recuerda que los no advertidos yerran…
El analista hace del trabajo con el equívoco, bajo transferencia, su brújula, su guía, su vía regia al Otro escenario inconsciente. Lugar del Otro simbólico sometido a la condición del equívoco del significante y no a la significación positiva del lenguaje.
La ley del significante es una ley del equívoco. Lacan hace equivaler el equívoco del lenguaje al carácter parcial, quebrado, del goce del objeto.
4. Edipo y los cambios de discurso
Edipo, significante amo, desde el lugar ideal como príncipe de Corinto y luego incestuoso rey de Tebas, también yerra.
En el discurso del amo bajo la barra de la represión, se esconde el sujeto agujereado, dividido, que su propio nombre denuncia. Edipo quiere decir: pie hinchado y es ese el nombre que le pusieron quienes lo salvaron de una muerte segura, después que su padre, el rey Layo, temeroso del oráculo que predecía que el niño mataría a sus padres, le agujereara y atara los talones para entregarlo luego a quien debía ser su verdugo.
Discurso del amo o maestro

Edipo el sabio, el salvador de Tebas, el poderoso amo, debe aprender la lección de sus súbditos: el anciano pastor, esclavo de Layo, que entregó al pequeño Edipo; el mensajero que retiene al niño y lo lleva a los reyes de Corintio; el ciego Tiresias, cuya mente conoce todo; su cuñado Creonte.
La producción de un goce creciente impregna la tragedia. Sófocles enseña que nadie escapa a su destino de goce, a «la peste», a la ceguera y al destierro.
Pero antes, la esfinge, histérica deseante de que Edipo dé la talla de un amo, lo impulsa a trabajar y a producir un saber acerca de los enigmas sobre el goce de la vida y el sexo, cuyas respuestas ella guarda celosamente reprimidas, reducidas al silencio e impotente de saber.
Discurso histérico
Dibujamos a continuación el discurso histérico:

Un nuevo cambio de discurso se produce cuando Edipo, destronado y ciego, desvelado ya su saber reprimido, emprende el verdadero y definitivo exilio. Ya no basta tener el pie hinchado, perder a los padres, la vista y la corona. Desterrado y solo, morirá en Colona, aldea cercana a Atenas.
En el paraje secreto de su muerte, la noche profunda de su mirada invoca la luz de antaño y una voz repetida lo llama.
El gran silencio sobre el espacio perdido de la tumba de Edipo dará protección y bienes a la gente de Colona. Ese hoyo imposible y desconocido, receptáculo de huellas de las vivencias de goce, será causa del deseo de vivir.
Desde ese sitio, el deseo del analista dirige la cura como semblante de objeto real y enigmático que causa el deseo del analizante. Ese lugar de mirada, de voz, de silencio, de ausencia, provoca entonces que el sujeto sea efecto o respuesta a ese real.
El analizante, histerizado por el dispositivo analítico, podrá jugar él mismo el papel de esfinge (S) que, planteándose sus propios enigmas, produce un Edipo (S1), también en sí mismo, capaz de generar un saber (S2) en el lugar de la verdad.
Así, como oráculo y enigma desvelará la verdad sobre su goce y su deseo.
Discurso analítico

El equívoco, del lado del analizante como equivoquista y del lado del analista como equivocante, hace posible el cambio de discurso, resorte del análisis mismo.
Refiere Lacan en el seminario Aún: «…hay emergencia del discurso analítico cada vez que se franquea el paso de un discurso a otro.»
5. Final del análisis y escuela
Al final del análisis, «allí donde eso estaba, debo devenir», propone Freud. Eso real, que trabaja en la cura, me causa el deseo y me hace su caso. Hay eso, hay objeto, hay pulsión, y el sujeto es tan sólo una respuesta.
El sujeto dividido (S), histerizado para siempre y como respuesta a lo real de la pulsión, queda situado en el lugar del Otro y desde ese otro lugar se ve causado.
«Yo es Otro» decía Rimbaud.
Así, desde este sitio de la alteridad radical, excéntrico y exilado de sí mismo, el sujeto relativiza el centralismo de su yo equivocado, recorre el equívoco de su fantasma, y se asume como un equivocante, esfinge-edipo-oráculo-enigma gozante.

El analista cae del lugar de semblante, destituido como resto de una operación sin par. De él puede llegar a decirse: ¡tu papel es importante!
(Como el lema escrito en los contenedores de papel y cartón usado, que se encuentran adornando nuestras calles junto a los de botellas, latas y envases de plástico vacíos, y con el que se incita a los ciudadanos a colaborar en el reciclaje de desechos.)
Enseñanza del psicoanálisis
Al hilo de este discurso consideremos los prolijos planes de educación y enseñanza del psicoanálisis, y el cuerpo de doctrinas de las escuelas de formación para las milicias universitarias.
Sus disciplinados programas de instrucción inculcan los conceptos a machamartillo, dictados por ilustrados, cualificados y documentados maestros-amos que aleccionan, autorizan o sancionan con espléndidos certificados, después de una concienzuda evaluación del provecho sacado por el alumno/a en los diferentes bloques o pedruscos de estudios.
(La palabra inculcar viene del latín y quiere decir: apretar una cosa pisándola; en una escuela: introducir a puntapiés el saber textual, enciclopédico e imponer el furor de educar, furor educandis)
Estas escuelas garantes, debidamente proyectadas, son muy serias; acreditan la autenticidad de un analista, atestiguan sobre la verdad y calidad de sus productos formativos y patentan en el mercado como exclusivos los prestigiosos frutos.
Pero la seriedad es asunto del yo y la yocracia su forma de gobierno.
Las iglesias gestan acólitos o herejes; los ejércitos, militantes o desertores; y las escuelas, esclavos o disidentes.
Son sus causas: la catequesis, la misión y la propaganda. Sus alimentos: el ideal, la seducción, la sugestión y la alternancia del premio y del castigo. El amor, el odio y la ignorancia son su sostén. La pedagogía es una operación de dominio donde el educador, desde el lugar del Otro incuestionable, trata de moldear a los sujetos a su imagen y semejanza ideal.
El deseo no es educable
Pero el deseo no es educable, ni gobernable, ni domesticable, se evade, se desliza de forma incesante y subversiva; aunque siempre se hace oír, aun en los síntomas sociales, para quien pueda escucharlos. La única escuela del deseo es un análisis terminado.
En Apertura (la institución psicoanalítica de la que soy miembro) proponemos un modelo asociativo en el cual cada uno intenta soportar el lugar del exilio interior, haciendo de ello, con los otros, una causa de trabajo.
Como en el chiste de Freud, con el «certificado» de exilado uno se respalda muy poco, aunque pueda ganar mucho.
Planteamos una Apertura equivocante que promueva un discurso que cause, inequívocamente, el deseo de transferir, de hacer pasar un saber inconsciente a otros, de prestarse como un «médium» conductor a través del cual transite la experiencia del inconsciente y haga llegar a los demás esa vivencia del no saber-advertido.
Entre el fronterizo equivocante, susceptible de fallar, y el infalible creyente se vislumbra el trabajo, hecho o no en el análisis, sobre la dimensión de la ausencia.
6. Otro sueño (Mayo 1997)
Voy en un autobús con otros analistas.
(Lo asocio con el autobús en el que fuimos desde el Hotel Alimara hasta el palacio de la Generalitat, para la recepción que nos brindaron con motivo de la Reunión Preliminar para una Convergencia Lacaniana de Psicoanálisis, realizada en Barcelona.)
Sólo recuerdo que en el sueño hablo con Emilio Rodrigué, a quien conocí hace 30 años siendo yo un joven médico residente en psiquiatría, en el Hospital José T. Borda de Buenos Aires. Él era entonces un renombrado miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina, filial de la Internacional, publicaba libros, daba conferencias, tenía muchos analizantes: era todo lo que yo aspiraba a ser profesionalmente.
Bajamos del autobús y entramos en un barrio antiguo, como el barrio gótico. Me distraigo observando un coche viejo en una vitrina, lo que me separa del grupo.
Busco el camino de los otros, que es también el mío. Veo una columna inclinada, como la torre de Pisa, y lamento no tener una cámara fotográfica para grabar esa imagen.
No veo a los colegas. Voy solo. Me angustio un poco. Hay varias calles estrechas con una cuesta pronunciada. Sé que es por allí. Elijo una calle cualquiera. No temo equivocarme.
Hasta aquí el sueño.
Vengo con mi ideal y quedo solo. Sé que nadie me espera en el lugar del Otro. No hay ninguna respuesta a mi existencia ni al estatuto de mi goce. Continúo pas(e)ando.
«Seguiré mi camino sin camino
Vicente Huidobro (de Prefacio)
Con mi rebaño de astros
Vagando en medio del vacío.»
Artículo de Norberto Ferrer. Publicado en su libro: Amor, saber, odio e ignorancia